18 de mayo por la noche

Al fin me doy cuenta de que estoy muerto, de que todas mis aventuras, mis vaivenes, las cosas extrañas que han pasado en los últimos días, una tras otra, han sido ensueños de un moribundo. Este ataque es el definitivo.

Estoy tumbado sobre la arena, mirando las estrellas lejanas y frías con ojos progresivamente más borrosos, completamente solo. Oigo suaves sonidos de aves nocturnas. Noto una presencia que se acerca, que viene a por mí, que, después de tanto tiempo, al fin me ha encontrado.

No es quien esperaba, sino sólo el perro, que acerca su hocico a mi cara, para darme la despedida a su manera. Me lame suavemente los ojos, la nariz, la boca. La terrible soledad de la muerte se alivia y me embarga por un instante una intensa sensación de compañía, de amor, de gratitud.

Luego recuerdo que el perro de Denise tiene la mala costumbre de jugar con las cacas que se encuentra, como si fueran pelotas, y que a veces las mastica.

Su lengua llena de saliva mis labios, las comisuras de mi boca. Jo, qué ascooooo.