18 de mayo por la mañana


No estábamos preparados para esto. Pierre y yo hemos vuelto a meter el cuerpo de la señora Bergstein en el resort, amparados por la madrugada. Conduciendo a oscuras, Pierre ha metido el dichoso carrito eléctrico en una de las trampas de arena del campo de golf y no hemos podido sacarlo de allí. Con mucho esfuerzo hemos arrastrado por quinientos metros de hierba el cuerpo envuelto en la colcha de delfines azules y estrellas de mar amaranto felices y sonrientes y en la que se puede leer en grandes letras "Resort Isla Delfín, cielo y mar azul del Paraíso". Afortunadamente a esa hora se conectan los aspersores, lo que ha lubricado el césped. La inesperada ducha se ha añadido al sudor que ya nos empapaba, pero nos ha ayudado también en nuestro esfuerzo: como ya nos avisaron en el aeropuerto, la temperatura se está volviendo inusitadamente alta.

-Dios, tenemos que hacer algo para conservarla. - le digo a Pierre.

-Podemos meterla en la cámara frigorífica. Hay sitio de sobra.

-Pero hemos quedado en que el personal de la cocina no debe verla, y esta colcha se ve a un kilómetro. Hum, ¿quedaba alguna caja de madera de las de los plátanos, de las más grandes?



-Alguna debe quedar. Quedé con los de las chabolas de la carretera en que podían venir a por ellas los domingos por la mañana, pero que no vinieran otros días que hacía mal efecto.

Hemos envuelto la gran caja con plástico de burbujas y la hemos tachonado de etiquetas del Instituto Marino, que me quedaban en un cajón de cuando estuvieron aquí el año pasado. Con eso y un cartelito que he hecho y que pone "muestras biológicas" creo que estará a salvo hasta que pase la ola. Eso si cuando pase, aún sigue existiendo esta cámara frigorífica, este resort y queda alguno de nosotros con vida. Un buen trabajo, y todavía no ha amanecido.



Carlinhos el pinche y Rosita irrumpen en la cámara justo cuando acabamos de embalar. Carlinhos no mueve un músculo de la cara, como nunca hace, y se pone a sus tareas de antes de servir el desayuno. Pero Rosita claramente sospecha. Creo que debo contárselo, o será todo aún peor.

-¡Estáis empapados como sopas! ¿De dónde habéis sacado esa caja?

-Una lancha del Instituto Marino la ha dejado en la playa y nos ha pedido que la guardemos refrigerada. Nos hemos mojado al ayudarles a desembarcarla. Venga, Pierre, vamos a cambiarnos. Rosita, por favor, si tienes tiempo, ven conmigo, que han salido una serie de tareas muy urgentes.

Me cambio a toda prisa en mi mismo despacho. Rosita me espera en el recibidor, huraña. Por las escaleras, y después de asegurarme de que no hay nadie cerca, al fin la abordo.

-Rosita, por favor, escúchame. Estamos en peligro, todos nosotros. Un peligro mortal. Cuando tenga tiempo, te explicaré. Ahora tengo que salir corriendo hacia la capital, porque me están esperando los Oficiales- eso es una verdad a medias-.
"No podemos dejar que los clientes se enteren, porque cundiría el pánico. Si los miembros de la plantilla que son de la isla se enteran, saldrán corriendo hacia sus casas y no tendremos ninguna posibilidad de mantener con vida a un centenar de ancianos. Cuando vuelva te lo explicaré todo.

-¡Pero no me has dicho qué es lo que pasa! ¡Espera, no te vayas!

Salgo corriendo hacia uno de los carritos de la entrada principal.

-¿Qué es lo que pasa? Más bien lo que puede pasar. ¡El desastre, la catástrofe, el apocalipsis, el diluvio!